Arnedo 1974: El final del túnel
En los primeros años setenta la pequeña ciudad de Arnedo ya se había convertido en un importante foco de desarrollo industrial con un incomparable crecimiento demográfico, debido tanto a su crecimiento natural como a la inmigración que venía recibiendo, sobre todo en la década anterior. Por estos años cruzaba el umbral de los diez mil habitantes y su mano de obra pasaba ya de los tres mil trabajadores, concentrados prácticamente en el sector del calzado y derivados. La sociedad de Arnedo era muy joven, pues los menores de 25 años suponían casi la mitad de la población (alrededor de 4600 personas). Además es importante retener otro dato derivado del anterior: la población juvenil (entre 14 y 24 años) era de 1700 personas aproximadamente. Estos datos se refieren a 1975 y no tienen parecido con ninguna otra localidad de La Rioja, lo que subraya todavía más su singularidad.
La enorme demanda de mano de obra hacía que prácticamente la totalidad de los jóvenes de ambos sexos se incorporaban al trabajo en fábricas a los 14 años, muchos de ellos sin completar los estudios primarios. El apego de los arnedanos al trabajo y la ideología de la laboriosidad que manifiestan será probablemente la característica más sobresaliente del pulso diario de la sociedad arnedana de la época, en la que la semana laboral obligatoria se componía aun de 48 horas, de lunes a sábado.
La gran prosperidad que Arnedo generaba era motivo de orgullo para trabajadores y empresarios. Así Arnedo era en la recta final del franquismo el “emporio industrial” de la región, con las características sociológicas propias de otras zonas de industrialización reciente, pero con los rasgos localistas de una población pequeña.
En contraposición, existían unas gravísimas deficiencias en infraestructuras y servicios: desastrosas vías de comunicación, falta de planificación urbanística y de polígonos industriales, problemas de alumbrado, pavimentación, escasez de zonas verdes y un intenso tráfico que no estaba bien regulado. El monte Castillo, emblema de la ciudad, se desplomaba sobre la carretera principal, urgía un nuevo colegio de EGB y no había guardería, hogar de la tercera edad o un adecuado centro de salud. El matadero municipal era un atentado a la sanidad pública y la gente seguía yendo a la fuente a por agua potable. Las autoridades locales achacaban todo esto al trato discriminatorio de que era objeto la ciudad por parte de la Diputación Provincial y por la Seguridad Social.
En el mismo sentido, las actividades de carácter social y cultural resultaban marginales y las instalaciones deportivas y culturales eran raquíticas. Había muy pocos estudiantes de enseñanza secundaría tanto en el Instituto de Bachillerato (200 alumnos aprox.) y la entonces llamada Escuela Sindical (150 alumnos, de los que un tercio era de las localidades vecinas). La alta renta per cápita de los arnedanos contrastaba con un reducido tiempo de ocio y un escaso consumo de prensa y libros.
En el terreno del asociacionismo, lo más destacable, por encima de la cuadrilla de amigos, y dejando aparte al Club Taurino y al Club Deportivo Arnedo de fútbol, era la Asociación Sendero Club, sin menospreciar las diversas corrientes sociopolíticas que se movían de manera semioficial al cobijo de la Iglesia (JOC y HOAC) y clandestina (varios grupos simpatizantes de las Comisiones Obreras).
Esta era a grandes rasgos la sociedad arnedana de la primera mitad de los setenta. Y a tenor de lo visto no resultará muy difícil entender la gigantesca contradicción que se iba a producir entre la gran vitalidad del numeroso sector juvenil y el estrecho marco social que imponía el obsoleto y moribundo régimen político.